El
paradigma de la complejidad
Por Bonil J. Calafell
A lo largo del siglo XX el concepto de
complejidad se ha integrado prácticamente en todos los ámbitos. Se habla de una
realidad compleja, de relaciones complejas, de la ciencia de la complejidad, del
paradigma de la complejidad.
Muchos de los conceptos
anteriores, si bien están relacionados entre sí, poseen un significado y un
alcance diversos. La ciencia de la complejidad estudia los fenómenos del mundo
asumiendo su complejidad y busca modelos predictivos que incorporan la
existencia del azar y la indeterminación y es una forma de abordar la realidad
que se extiende no solo a las ciencias experimentales sino también a las
ciencias sociales.
La teoría de los
sistemas complejos es un modelo explicativo de los fenómenos del mundo con
capacidad predictiva que reúne aportaciones de distintas ramas del conocimiento
científico. Junto a ella, el paradigma de la complejidad es una opción
ideológica, que asumiendo las aportaciones de la ciencia de la complejidad, es
orientadora de un modelo de pensamiento y de acción ciudadana.
Las primeras referencias
al paradigma de la complejidad las da el filósofo francés Morin, en contraposición
a lo que denomina paradigma de la simplificación. Éste plantea la necesidad de
construir un pensamiento complejo y la importancia de una acción ciudadana
orientada por una forma de posicionarse en el mundo que recupera los valores de
la modernidad.
Morin define siete
principios básicos que guían el pensamiento complejo, considerándolos
complementarios e interdependientes. Sitúa el principio sistémico o
organizacional bajo el que se relaciona el conocimiento de las partes con el
conocimiento del todo; el principio hologramático que incide en que las partes
están dentro del todo y el todo está en cada parte; el principio retroactivo
que refleja cómo una causa actúa sobre un efecto y, a su vez, éste sobre la
causa; el principio recursivo que supera la noción de regulación al incluir el
de auto-producción y auto-organización; el principio de autonomía y dependencia
en el que expresa la autonomía de los seres humanos pero, a la vez, su
dependencia del medio; el principio dialógico que integra lo antagónico como
complementario; el principio de la reintroducción del sujeto que introduce la
incertidumbre en la elaboración del conocimiento al poner de relieve que todo
conocimiento es una construcción de la mente.
Paralelamente, a estos
principios orientadores del pensamiento complejo, Morin plantea lo que denomina
“política de civilización”, orientadora de valores y de la acción, introduciendo
la denominada “estrategia ecológica de la acción”.
A lo largo de las
últimas décadas el paradigma de la complejidad ha sido tomado como referente
desde distintos ámbitos, en especial desde aquellos asociados a la educación
ambiental y sobre todo desde países latinoamericanos.
Ante el reto de dar
respuesta a los problemas sociales y ambientales actuales, el paradigma de la
complejidad constituye una forma de situarse en el mundo que ofrece un marco
creador de nuevas formas de sentir, pensar y actuar que orientan el
conocimiento de la realidad y la adquisición de criterios para posicionarse y
cambiarla.
Supone una opción
ideológica orientadora de valores, pensamiento y acción. Reúne aportaciones de
campos muy diversos que configuran una perspectiva ética, una perspectiva de la
construcción del conocimiento y una perspectiva de la acción.
Desde la perspectiva
ética, frente el antropocentrismo dominante, el paradigma de la complejidad
apuesta por el ambiocentrismo. La extendida idea de igualdad es substituida por
la de equidad, que entiende la diversidad como un valor. Frente el concepto de
dependencia establecido por las sociedades dominantes reivindica la inclusión
del de autonomía, que incluye la responsabilidad y la solidaridad.
Desde el punto de vista
del pensamiento, el paradigma de la complejidad hace suyo el concepto de
sistema complejo adaptativo como forma de comprender cómo son y cuál es la
dinámica de los fenómenos naturales y sociales del mundo. Incorpora la
necesidad de un diálogo continuado entre las distintas formas de conocer el
mundo dada la existencia de incertidumbres en cada una de ellas, propugnando la
importancia del diálogo entre una visión específica y una global que incorpore
el azar y la indeterminación. Sitúa la perspectiva holográmatica, desde la que
se asume que todos los sistemas están relacionados entre sí, reflejando cada uno
de ellos la complejidad y, por consiguiente, negando la existencia de sistemas
más simples que otros.
Desde la perspectiva de
la acción, el paradigma de la complejidad apuesta por defender un modelo de
vida que entiende la libertad como responsabilidad, un modelo de convivencia
política orientado hacia la democracia participativa, y la comunidad como forma
de proyectarse hacia la globalidad.
El paradigma de la
complejidad se conforma pues, como un marco integrador de las perspectivas
ética, cognitiva y conativa en un esquema retroactivo que se genera de forma
dinámica en la interacción entre dichos elementos. Constituye una opción
filosófica ideológica que ofrece nuevas posibilidades para una revolución
conceptual, y abre nuevos caminos para la formación de una ciudadanía capaz de
pensar y construir un mundo más justo y sostenible. Incluye valores éticos,
valores epistémicos y valores de acción.
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